La forma de la mente ordinaria, la mente cotorra, o mente Manas, la mente del mono que salta de un árbol a otro y opera con los significados literales de la existencia tal y como le vienen dados por los sentidos, es un velo muy poderoso que nos deja atrapados en escenarios de vitalidad automática y repetitiva. Para esta forma mental, la separación entre sujeto y objeto es incuestionable: los objetos son materialmente reales. La mente Manas expresa una metafísica dualista que cree en la materia. El materialista cree en la materia como algo final y definitivo que no requiere más explicación. Tal creencia no es experimentada como creencia, como algo que parte de un sujeto pensante, sintiente y deseante, sino como algo independiente del sujeto: la materia, con la forma que le da la mente humana es la referencia final de lo Real. Desde este punto de vista, conocer es conocer la materia, y de manera acrítica se considera que la materia es lo que hace la vida cotidiana. Tener los pies en la Tierra es estar preocupado por lo material y lo material en relación al ámbito de la materia de todos los días. La mente Manas no quiere saber nada que no tenga utilidad práctica y huye como del diablo de cualquier examen crítico sobre la existencia más allá de esa pequeña parcela.
Cuando empezamos a pensar sobre el Sujeto, comienza a activarse otra forma de mente, Buddhi, mente que siente el objeto como proyección del Sujeto, la mente que nos lleva a ver a nuestro alrededor el continuo de la Conciencia, la mente que traza el puente hacia Chit, la Conciencia-Fuerza. Buddhi, coexiste con Manas, lo que implica que al despertar Buddhi nos descubrimos en una existencia expandida. En esta expansión, comienzan a caer los velos de los mundos sutiles, y comenzamos a percibirlos imbricados en la vida cotidiana, y a la vez yendo mucho más lejos hasta espacios de Infinitud. El desánimo cunde para quien comienza esta andadura. Por un lado, está la duda acerca de la sanidad mental de estas nuevas formas de Conciencia expandida. Por otro, a la Infinitud del mundo de los objetos se le añade la Infinitud del Sujeto, y sentimos que necesitaríamos muchas vidas para poder empezar a entender algo. Nos sentimos pequeños e impotentes, y si en la ecuación intervienen los sentidos de culpa heredados y aprendidos, nos vemos como un gusano miserable que ni merece ni podría empezar a vislumbrar lo Real. Todo esto son fuerzas adversas, resistencias que cumplen una labor tan necesaria como dura: destilar gotas de anhelo profundo.
No podemos cruzar hacia espacios (mundos) de Buddhi llevando la mochila del Manas. Desde el punto de vista de Manas nunca podríamos conocer esa Infinitud. Desde Buddhi, esa Infinitud es lo que tú eres. Conoces la Infinitud siendo la Infinitud, no en innumerables acciones de conocimiento que conllevarían una memoria infinita de propiedades y atributos evanescentes. No necesitas conocer infinitas máscaras, sino la fuerza de la que surgen todas esas máscaras: Tú. Conocerte a ti mismo es... simplemente Ser. Desde el punto de vista de Manas y la culpa, sólo las almas grandes cruzan el río del Samsara, tras innumerables trabajos y adversidades en las que purifican una carga kármica que es la de la especie y la propia Vida. Desde Buddhi, no hay río del Samsara, ni culpa. Manas es el sueño que tienes de una mala noche en una mala posada, que se disuelve en la impertubabilidad de Gracia que ahora mismo se expresa como tu Atman. Tú eres a la vez el río, el que cruza, la barca, este lado, el otro lado, y la mariposa que sobre una flor sueña que fue gusano.
Las fuerzas adversas nos hacen querer escapar, ir hacia una imagen propia pequeña del pasado que creó Manas. Mevlana Rumi -Dios le bendiga- decía que cuando uno se sienta así de pequeño y oscuro hay que querer acercarse aún más hacia la Luz y no huir de Ella. La Luz no ve nuestra limitación y nuestra oscuridad: la Luz sólo ve Luz.
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