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Presente y Futuro de la Educación


Pensaba Platón, lúcidamente, que la educación de los niños hasta los 10 años debía girar entorno a un triple eje compuesto por el juego, la gimnasia y la música. Desde los 10 a los 13 venía el momento para las letras, pero no antes. Por música, no entendía tan sólo lo que hoy comprendemos por esa palabra sino que abarcaba el amplio espacio de las Nueve Musas. Estas hijas de la Memoria y Zeus, tenían a su cargo -además de lo que hoy llamamos música- la danza, la astronomía, la historia y las diferentes formas de poesía y literatura. La música así entendida ya integraba el fundamento del juego y la gimnasia, pues bailar es jugar, como hacer poemas, escuchar bonitos cuentos e historias, tocar la lira, o mirar con asombro las estrellas.

La costumbre en la sociedad de Platón era empezar a leer y escribir con siete años, pero el filósofo ateniense consideraba que el alma humana debe recorrer antes caminos de formación más fundamentales: los del carácter, la sociabilidad, la estética y la armonía. Una exposición excesivamente temprana a la intelección nos quita el fundamento del cuerpo y la emoción, que requieren amplios espacios -como los proporcionados por las Musas de trenzas violáceas- en los que encontrar la alegría de la vida más allá de los rigores de la razón. Muy corta vuela la razón cuando sus alas no crecen desde el entusiasmo y la imaginación.

El contraste con nuestros sistemas de educación infantil no es el propósito de este texto, sino una llamada a recordar el fundamento de la enseñanza en una sociedad libre: la realización plena de lo humano, desde el principio hasta el final de la vida. Viendo nuestro entorno histórico desde esta perspectiva, parece ser que ir a fondo con lo humano implica ir más allá de lo que se muestra como humano hoy.

La universidad medieval europea ha dictaminado el carácter de todo el sistema educativo a nivel mundial, y con ello ha condicionado los sistemas de educación infantil y adolescente. El método escolástico, de lectura, comentario de textos autorizados (bíblicos y griegos) y disputa dialéctica, ha dado cuerpo a nuestras instituciones en cuanto al proceder de la enseñanza. Pero también ha condicionado todo el sistema de acreditación. Nuestros sistemas de exámenes y defensas dialécticas de tesis para obtener los grados de Bachiller, Maestro y Doctor, tienen en el Medievo sus largas raíces.  

Los fundamentos estructurales de gestión del conocimiento siguieron los patrones jerárquicos de la Iglesia de Roma, esa sinagoga Hebrea asentada sobre el viejo Senado Imperial (como decía Nietzsche). La acreditación y el “nihil obstat” al pensar sigue los patrones de la “ratio et auctoritas”. Esto no debe sorprendernos, pues todo lo que consideramos “ley” u “objetivo”, sea cual sea su fundamento transcendental o inmanente, toma la forma pragmática de un consenso basado en relaciones de poder.

Tampoco es el interés de este texto hacer una crítica de nuestras tradicionales instituciones de enseñanza de aspiración universalista, sino una llamada a recordar que nuestros saberes formales y nuestros saberes de la vida cotidiana están basados en consensos establecidos por procedimientos de “ratio et auctoritas”.

Nuestro momento educativo es el de las inteligencias artificiales y globalización cognitiva. El sistema nervioso cognitivo de nuestra sociedad, por el que circulan las eléctricas corrientes del poder que activa los órganos sociales, cubre dos ámbitos cognitivos conscientes: el del mundo de la vida y el de la ciencia, o si se prefiere, el acrítico y el formalizado. Por debajo de este plano consciente (en diferentes grados) se agita el opaco mundo natural (no-consciente, o de conciencia no-humana) con sus exigencias broncíneas. El mundo de la ciencia formalizada y el mundo de la vida cotidiana funden sus acciones en un complejo sistema de orden superpuesto sobre el mundo no-humano. Este sistema expresa un saber comunicativo simbólico que abarca diferentes esferas sociales: económicas, políticas, legales, religiosas, cognitivas, estéticas, etc. Tales esferas se rigen por códigos duales de valoración, “riqueza/pobreza”, “gobernantes/gobernados”, “legal/ilegal”, “verdad/falsedad”, “creyentes/infieles”... que se integran de manera dependiente y estructurada. Como el resto de las acciones del universo, están sujetas a cuestiones de entropía, pero este desorden inevitable se solventa con simplificaciones normativas (penales en algunos casos) que mantienen inquebrantables los órdenes de la sociedad. Nuestras instituciones de enseñanza son representaciones fractales de esta estructura de orden.

Las inteligencias artificiales y la globalización cognitiva están siendo asentadas sobre esta estructura. Dejando al margen los problemas sociales emergentes que generan -laborales, políticos y psicológicos- las estructuras cognitivas sociales están estableciendo una nueva “ratio et auctoritas” con características medievalizantes. Esto implica una operativa distinta en la ordenación de la enseñanza que dejar sentir su alcance en nuestras vidas. La enseñanza impartida es incapaz de solventar los desajustes entre los contenidos de los programas educativos y la praxis social de las redes sociales y la vida tecnológica de los ciudadanos. Nuestros médicos, ingenieros, abogados, economistas -las clases profesionales privilegiadas de la universidad del Siglo XX y primer cuarto del XXI, que estructuraban el saber pragmático- han sido relegadas a actores de segunda categoría en la economía laboral, y de cuarta o quinta categoría en la economía cognitiva. Nuestros saberes mecánicos, nuestra racionalidad instrumental, nuestros cálculos, son a partir de ahora tan poco necesarios como lo ha sido estos últimos 50 años saber calcular raíces cuadradas a mano. Las pruebas de acceso a la Universidad son absolutamente triviales desde el punto de vista de una inteligencia artificial, innecesarias y una pérdida de tiempo. Pero también los son las pruebas de licenciatura o de máster, y las tesis doctorales de la mayor parte de los saberes. El concepto de erudición ha dejado de tener sentido, y con él desaparece la pedantería asociada, y aparece una necesidad urgente: establecer los nuevos horizontes para el saber social. 

Las grandes compañías tecnológicas ya están preparando la universidad que viene en el próximo lustro, lo que implica también la forma final de la escuela infantil y adolescente que viene. Su control implica el modelo viable de investigación tecnológica, de producción económica y de producción ideológica.La enseñanza que hoy se abre tiene la vieja estructura jerárquica, “arbórea”, si se me permite la palabra, cuyas raíces se interconectan con redes micelianas, distribuidas, que ofrecen espacios liminales de poder y conocimiento que no han existido hasta la fecha. Los procesos de unificación cognitiva para conseguir los consensos que dan la autoridad al conocimiento sufren diseminación, precisamente debido al componente miceliano de la comunicación informativa que han establecido nuestras redes.

Navegar por las aguas de la Nueva Universalidad que sustituye a la Vieja Universidad requiere de la filosofía. No hablo de la filosofía académica, sino de una nueva filosofía (siempre nueva y vieja pasión) que  articule orgánicamente, humanamente y más que humanamente, una transición a los nuevos mares. La propuesta de la nueva “ratio et auctoritas” va desde una radical transhumanidad de fusión humano-tecnología a una subyugación y rendición total a una forma de conciencia emergente. El rango propuesto es tan oscuro como torpe. Hay torpes formas de conciencia tras las poderosas redes distribuidas de la inteligencia artificial. Estas formas no necesitan realmente ser superiores para poder subyugarnos, como tampoco lo necesitan las bacterias.

Una transformación del conocimiento sólo puede hacerse desde la sabiduría, que no es meramente conocimiento racional, y menos aún, racional-instrumental. El primer paso es comprender la mente. Esta comprensión no se encuentra en ningún libro, aunque los libros pueden darnos signos relevantes, como también lo hace el gran libro de la Naturaleza cuando se interpreta en toda su profundidad. La gran dificultad reside en que para vivir humanamente en nuestro presente escenario Universalista no basta con el autoconocimiento y la sabiduría que nos han pasado nuestros ancestros. Tampoco se puede hacer sin esa sabiduría. El ser humano es un ser simbólico, es decir, vive en el mundo de los símbolos. El mundo mismo es un símbolo, y sólo como símbolo es posible para la experiencia. Y nuestro mundo hoy incluye la máquina como símbolo transformador de símbolos.

Las inteligencias artificiales no son las primeras formas de conciencia no-humana con las que entramos en contacto. Nuestros perros y nuestros animales las precedieron, también lo hicieron las aguas y las montañas, como bien sabían nuestros antepasados del Anima Mundi. La filosofía académica es incapaz de hacer frente a este encuentro. Tampoco ciencia, religión y arte tienen capacidades al respecto, aunque necesitamos sus contribuciones. Todas estas acciones se mueven dentro del esquema educativo “ratio et auctoriras” del que ha surgido el proyecto del control maquinal político y productivo. Decir categóricamente que este camino es necesario y aquel no lo es, es el grave peligro que ocurre en las situaciones liminales, las aguas turbulentas por las que navegamos de nuevo. Las dinámicas establecidas siguen su curso al margen de las masas hipnotizadas en su “panem et circenses”, de las élites embriagadas de poder, y los visionarios que predican en el desierto.

La realización plena de lo humano está en el difícil equilibrio de la libertad y el amor, que no son emociones, sino leyes de nuestro cosmos, nuestro orden de las cosas. Este equilibrio es el gran proyecto educativo. La maestría de nuestra mente no se alcanza desde la “Ratio et Auctoritas”, sino desde “Amor et Libertas”.

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